Animales Nocturnos
Prólogo

Por Marilén Loyola

“Dos sombras” se cruzan cada día en la escalera de su edificio de apartamentos durante varias semanas. Son vecinos y se saludan, pero no se conocen. Uno de ellos apenas repara en la existencia del otro. Uno ve al otro una tarde de domingo en un bar llamado el Yakarta. Uno es bajo. El otro, alto. Pero las diferencias que separan a estos dos hombres van mucho más allá de su altura o del azar. El hombre alto es un “sin papeles” mientras que el hombre bajo es ciudadano, y esta diferencia cívica -no aparente a primera vista- sirve para catalizar este drama de Juan Mayorga.

 

El hombre alto será el nuevo “amigo” del bajo porque el bajo así lo quiere, él es el que ahora tiene el poder. Pero esta “amistad” forjada y forzada esa tarde en ese bar es torcida, delimitada en cada momento por una ley que deslegitimiza la existencia del hombre alto. Una ley que funciona para “justificar” la supuesta bondad del hombre bajo, el “buen vecino.” Y es que, en cualquier momento, el hombre bajo puede recoger el teléfono y denunciar la mera existencia de ese hombre alto en esas tierras. En un mundo en que la verdadera comunicación es escasa; en que la gente no sabe acercarse al otro sino alejándose o aprovechándose de él; en que no se sabe mirar al otro sin sospechar de él, ¿qué puede ser una amistad? ¿Qué es el amor? ¿Qué pasa cuando el chantaje ocupa el lugar de la afinidad? ¿Cuando el miedo y la sospecha ocupa el lugar de la comprensión? ¿Cómo y quiénes sufren cuando la pertenencia, la identidad, y hasta el cariño son vueltos obligación, regalos de la manipulación? El hombre bajo insiste en que no le pedirá nada “humillante” al hombre alto. Y, sin embargo, esta nueva “amistad” amenaza al hombre alto con la pérdida de su libertad, su mujer, su hogar y posiblemente su dignidad.

Animales nocturnos pone en escena las relaciones desequilibradas. Pone en escena las estrategias que utilizamos para sentirnos menos solos frente a las que usamos para mantenernos vivos. En esta obra de Mayorga, la noche y la oscuridad se vuelven vehículos de la supervivencia. Es en la oscuridad que la gente sale de sus escondites; es en la oscuridad que la gente se enfrenta a lo que más le da miedo; y es en la oscuridad que es más fácil escaparse como un tren en la noche… En cambio, la luz -intermitente pero controlable- esconde mucho más de lo que alumbra o revela. Es sólo en la oscuridad que los animales nocturnos pueden ver. Y la mirada -tanto la de los personajes como la de los espectadores- se encuentra en el teatro mirando más allá del escenario, más allá de lo que la luz alumbra, más allá de la pantalla de un televisor o de las palabras en un libro, y más allá de las intenciones de un “buen vecino,” para poder acercarse a lo que realmente está en juego.

El hombre bajo y el hombre alto, juntos, se acercan a la orilla del escenario para mirar, a oscuras, como en un zoológico, a los espectadores. Y en ese momento nos volvemos todos animales nocturnos. En ese mismo instante frente a los personajes, es el espectador el que tiene la capacidad de provocar el miedo en el otro por el simple hecho de vivir en la oscuridad. Somos los espectadores los que miramos con sospecha a todo lo que es luz. Los miramos a ellos -al hombre alto y al hombre bajo y a sus respectivas mujeres- como ellos a nosotros: con un ojo vigilante, sospechoso.

El escenario en Animales nocturnos es a la vez un zoológico, un edificio de apartamentos, un hogar de ancianos, una empresa, un parque al aire libre y -¿por qué no?- una nación. Son espacios en que la dominación y el enclausuramiento de unos por otros se lleva a cabo casi sintomáticamente. Pero cada espacio, bañado en luz o en la oscuridad, convierte al espectador en un cómplice incómodo de interacciones donde la manipulación y el control rigen. Y llegará el momento en que todo lo que dicen, hacen y hasta sienten los personajes son consecuencias de ellas. Todo lo que miran los espectadores también. Hasta que finalmente nos preguntamos, ¿quiénes somos, a quiénes vemos y a qué o a quiénes les tenemos miedo cuando se prenden las luces? ¿Y cuando se apagan?

Descargar Animales Nocturnos, de Juan Mayorga